
Big fish es una de mis películas favoritas. Supe recientemente que es un libro también y lo quiero leer.
Es una peli dirigida por Tim Burton que va sobre un tipo, en su lecho de muerte, recordando su vida. Una vida grande, grandiosa, llena de aventuras y magia. Una vida inventada, adornada, con una pátina de fantasía. La vida de un pez demasiado grande que salió de su estanque para vivir más, para vivir mejor, para respirar.
Mi abuelo también era un big fish. Bueno, un pez grande, que a él el inglés no le gustaba nada y se ponía hecho un demonio cuando decía/escribía alguna palabra en ese idioma. Perdón, abuelo, sos un pez grande. Un pez que, en vez de salir de su estanque cuando se le quedó pequeño, lo fue ampliando para darnos cabida a todos en él.
Aprovechaba su apellido, López, para firmar con un Lo, seguido del dibujito de un pez.
No tuviste, como el viejo de la peli (joven, a tu lado), meses de convalecencia para recordar y contar tu vida. Y no sabés cuánto me alegro. Te fuiste rápido. Quiero creer que sin dolor. Ojalá hayas podido darle un beso de despedida a la abuela antes de salir de tu casa. Dicen tus hijas, que te pudieron ver, que tenías serenidad en el semblante. La serenidad de 102 años vividos al máximo. Sin cuentas pendientes. En paz con tu partida.
Hoy, gente de todas partes del mundo llora tu muerte. Es que te habías convertido, realmente, en un gran pez, abuelo. Un pez internacional. Un pez tanguero. Un pez con hijas, nietos y biznieta. Un pez fiel a sus principios. El pez más cabezón. El pez más querido.
Ahora, a los demás, el estanque se nos queda enorme, abuelo, sin vos en él. Llevo toda la mañana mirando tu Facebook. Me topo con la foto del cuadrito al óleo que me hiciste en Mar del Plata, cuando era muy chica. Ojalá ese cuadrito llegue a mis manos.
Te vamos a extrañar, abue. Te estamos extrañando, abue.