Últimamente, cada vez que visito una gasolinera, hay fiesta. Así que, vamos a aprovechar para darle vidilla al blog y así nos reímos todos (de mí, claro).
Empiezo por la que me mandé hoy, lunes 17 de abril de 2017.
Yendo esta mañana para la oficina, la moto me dijo «estate atenta, que tengo una sola rayita desde el miércoles». Yo sabía desde la semana pasada que hoy me tocaba echarle combustible, pero con las Pascuas de por medio, se me había olvidado. Pobrecita mi PCX, la tengo abandonada.
Rogando que esa rayita fuera suficiente para llegar a la oficina, me pongo en marcha. Como mi PCX sabe que salgo justa de tiempo, estiró hasta CASI la oficina, cuando entró ya en reserva.
No pasa nada, hay una gasolinera a 1 kilómetro de la oficina, podía poner sin problema al salir.
Y eso fue lo que hice. Junto con otros pocos conductores, me dirigí a la Repsol. Mientras esperaba que un surtidor quedara vacío me dije que mi pobre motito se merecía hoy combustible del bueno, del más caro. Vi que estaba 5 céntimos más caro que el normal, pero en los 8 litros del depósito, solo serían 40 céntimos, así que, sí, PCX, vas a catar producto bueno hoy.
Me toca el turno y maldigo un poquito hacia mis adentros que el chico que atiende los surtidores justo estuviera empezando a echar en un coche. Nada, me pongo los guantes y autoservicio.
Sintiéndome muy generosa con mi motito, agarro la pistola mientras la máquina me decía «ha elegido usted diésel e+, el más de puta madre para su moto. Con este diésel, el rendimiento y la eficiencia del motor serán lo más de lo más. Se nota que es usted una persona buena e inigualable, que llegará muy lejos en la vida con esa actitud, primando la calidad sobre la cantidad» y toda esa sarta de condecoraciones que resonaban en mi cabeza. Qué buena estaba siendo con mi moto.
Como soy generosa, pero también catalana, sé que es mejor no apretar el gatillo a tope, sino ir poco a poco para que la gasolina se evapore menos.
Empiezo a apretar la pistola del diésel súper especial, súper guay, cuando noto una sombra que se cierne sobre mí. Giro la cabeza hasta que el muchacho despachagasolina entra en el campo de visión del casco, interrumpiendo mis alabanzas mentales por estar echando diésel del caro.
Lo miro, me mira, y dice «perdona, ¿tu moto usa diésel o gasolina 95?».
Lo miro, me miro, miro la moto y pasa un microsegundo larguísimo en el cual, a la vez, dejo de apretar el gatillo, retiro la manguera, le digo que gasolina, le doy las gracias mientras se aleja, compruebo en el surtidor cuánto combustible equivocado había echado y, paso de las alabanzas a maldecirme.
Por suerte, no había echado ni un solo mililitro del diésel súper caro, súper guay.
Dejo el arma de destrucción masiva en su sitio, agarro la de gasolina 95, y echo 7 litros mirando todo rato a mi salvador.