5k Las Rozas

Después de la carrera de L’Eliana (6 kilómetros bajo el sol abrasador de Valencia, el 28 de junio), no había vuelto a correr ni medio kilómetro. Nada. Cero en todo julio. En agosto sí que retomé un poco, hasta hice una carrera (la de las Luces el 15, por la noche, con una parte de trail que casi nos cuesta los tobillos y que fue muy divertida), pero digamos que el verano fue un poco lazy con el running. Aún así, estoy ya casi casi casi por la mitad de mi reto #Objetivo250 (sí, era #Objetivo500, pero tuve que reformular, visto lo visto), ¡vamos!

Pero el domingo me tiré de vuelta a las calles, y con Jime y Maider nos hicimos los 5000 metros que proponía el Club de Atletismo Miacum de Las Rozas. El perfil no estaba publicado, pero ya por Twitter me habían avisado de que iba a ser durilla, así que optamos por la de 5 kilómetros, porque para los 10 aún no estábamos preparadas.

Maider se dejó llevar por el fanatismo entusiasmo que demostramos Jime y yo cuando hablamos de las carreras populares, y se apuntó también. Aunque enfrentarse por primera vez a una distancia cronometrada la traía un poco de los nervios, todo hay que decirlo.

Momentos antes de empezar
Maider estaba un poco nerviosa antes de empezar y se preguntaba dónde la habíamos metido.

Llegamos a Las Rozas el domingo por la mañana con mi sherpa personal. Lo echo mucho de menos en las carreras, pero, al menos, me acompaña a todas y sentir su apoyo es lo más. Gracias, Bicho.

Como digo, llegamos los cuatro a recoger el dorsal y la camiseta (que, como se ve en la foto, no usamos ninguna) y nos fuimos al coche a prepararnos. Todo iba bien hasta que Jimena grita «¿Dónde está mi dorsal?«. Lo traía en la mano, pero al cambiarse las mallas, se le despistó y no aparecía por ninguna parte. Revisó el coche de arriba a abajo, la ayudamos Maider y yo, miramos hasta en los lugares más inverosímiles (el maletero que no se había abierto, por ejemplo). Edu hasta se fue a la mesa de recogida de dorsales para ver si se le había caído en el trayecto. Nada, que no aparecía. Jimena, casi en pleno ataque de ansiedad, se va a ver si le pueden dar otro, cuando Edu vuelve a revisar el asiento donde se había estado cambiando y, por supuesto, el dorsal estaba ahí. Se pueden imaginar las risas cuando vimos la cara de alivio de Jime (y más cuando empezó «a acusar» a Edu por habérselo escondido).

Ahora sí, ya preparadas, nos vamos para la línea de salida, trotando un poquito por aquello de ir calentando y nos juntamos con las (poquitas) personas que iban a correr con nosotras estos 5 kilómetros (la mayoría había optado por los 10 kilómetros). Iba a ser la primera prueba de mis Nike Free 5.0. Hasta ahora solo las había usado en los entrenamientos, pero no en carrera.

Empezamos cada una a nuestro ritmo: Jime delante, yo en medio, y Maider detrás. Yo, como siempre, a mi rollo, con mi Rock FM en las orejas y sabiendo que esta vez mi muro particular no me iba a superar (si en las maratones el muro está en el kilómetro 30, yo el mío lo tengo en el 3. Soy una caca, ¿qué se le va a hacer?, pero en el 3 mi cabeza dice «ok, bonita, ya vamos a ir parando un poquito a andar, ¿eh?«). Total, que iba yo detrás de Jime, a veces perdiéndola de vista, hasta que la alcanzaba cuando se paraba a andar. Luego me volvía a adelantar y así, casi todo el tiempo (hasta que ya no paró más y entró antes que yo a meta, buuuuuuaaaaaaaaaaaaaaah). Pero mi reto no era superar a Jime (bueno, sí, mi reto cada carrera es superar a la patilarga asquerosa esa, aunque solo me lo confieso a mí misma y jamás lo admitiría delante de otras personas), sino no parar a andar hasta, al menos, el kilómetro 3,5.

Zancada a zancada me iba acercando al esperado kilómetro 3. Y el kilómetro 3 venía con una cuesta IMPRESIONANTE de medio kilómetro. Me quería morir. Y morir iba a ser mejor que lo que iba a pasar con certeza si no moría yo solita: Maider me iba a matar por haberla convencido de apuntarse a la carrera. Nos dio tiempo a comentarlo con Jime al ver la cuesta, justo cuando ella paró a caminar y yo la superé con mis minizacanditas-para-las-cuestas-arriba. Llegué al kilómetro 3,5 pensando en la mantequilla de la tostada que había tomado como desayuno y que, si no bajaba el ritmo, se iba a quedar en las calles de Las Rozas. Pero no hizo falta bajar el ritmo, porque después de semejante cuesta, los metros llanos (y luego, ¡hacia abajo!) que había por delante fueron una bendición.

Con la mantequilla siguiendo su curso en mi estómago, mi torrente sanguíneo lleno de endorfinas por no haber parado en el kilómetro tres, y mi cerebro empujándome hacia adelante al fin («vamos, Lucía, que si estamos ya en el 4 sin parar, llegamos al 5 sin que te de por culo con andar«), enfilamos el último kilómetro.

Jime entrando en el poli
Jime entrando al polideportivo.
Y acá, yo
Al ratito, entraba yo.

Los metros finales eran en la pista de atletismo de Navalcarbón. La cabrona de Jime me volvió a pasar, y entró ella primera al polideportivo y, por supuesto, a meta. Pero ver la meta, escuchar al speaker, saber que Edu estaba ya por ahí en algún lado, que agua, Aquarius y estiramientos me esperaban, me dieron las fuerzas para ordenarle a mis cuádriceps que fueran más rápidos. Como ya viene siendo habitual, un esfuerzo final traducido en un sprint de unos poquitos metros y ¡¡¡metaaaaaaaaaaaaaaa!!!

Metaaaaaaa
¡Cruzando el arco!

Es un subidón ese momento. Tan subidón que siempre se me olvida apagar Runtastic. Tan subidón que solo quiero darle un beso a Edu. Tan subidón que todo el universo se reduce a un arco de meta. Y eso que es en una carrera de 5 kilómetros, ¡no me quiero ni imaginar una maratón o una ultratrail!

Con el subidón del momento, me tomó un rato darme cuenta de que había hecho los 5000 metros corriendo, ¡sin andar un solo paso!

Jime entrando a meta
En la carrera Jime entró antes, pero yo en mi blog pongo su foto después, que para eso es mi blog ;p
Maider entrando a meta
Maider, finisher de su primera carrera popular, ¡ole!
Felicitando a Maider
Esta foto me encanta. Es compañerismo puro.
Divinas tras 5 kilómetros
Divinas tras 5 kilómetros. Vamos a por más.

Ya todos juntos, avituallados con bebida y comida, nos pusimos a estirar y a comentar los lances de la carrera. Y ver a los primeros de los de la 10k llegar. El primero y el segundo iban súper juntos, el segundo superó al que iba primero y a 10 metros de la meta le robó el escalón más alto del podio.

Algún día subiremos nosotras a un podio. Mientras, estoy feliz de haber acabado la carrera sin caminar, de que Maider no haya pensado en matarme en las cuestas, de corroborar que fue un acierto mi elección de las zapatillas y de haber compartido otra carrera más con mis amigas y Edu.

La próxima, una semana más tarde; la V Carrera Solidaria de la Ilusión el 4 de octubre: 10 kilómetros por las calles de Villalba.

 

Nota: Los beneficios de esta carrera iban destinados a AFA Las Rozas (Asociación de familiares de personas enfermas de Alzhéimer y otras demencias). Como saben, mi abuela tiene Alzhéimer desde hace muchos años y justo ese día era su cumple (90 añazos). Correr el día de su cumple por esta causa tenía un algo especial para mí. Un regalo de cumpleaños para mi abuela (para mi abuelo) desde la distancia.