Este finde no hubo montaña (aunque sí acumulación de kilómetros para mi #Objetivo500, algo de pádel y paseítos por el pueblo) y muuuuuuuuuuuuuuuuuchas horas de cocina. Bueno, horas de materialización de caprichitos postergados, más bien.
Había comprado en Carrefour un preparado para hacer fondue de queso. La idea era hacerlo por mi cumple, pero con las comilonas que nos mandamos esos días, no lo hicimos, y como los findes solemos no parar, tampoco encontrábamos momento. Hasta este sábado.
Evita y Rubén me habían regalado una fondue cuando me fui a vivir a Villalba, ¡y todavía no la había estrenado! Me daba miedo que las gatas fueran a husmear y terminara la cosa en accidente, pero al final me decidí y le dimos uso. ¡Y vaya uso!
Empezamos con la fondue de queso. Estaba muuuuuuuuuy buena. No nos alcanzaban las manos ni las mandíbulas para mojar (y, más tarde, rebañar) y masticar los manjares. Además del pan que fue lo primero que se nos ocurrió, le pusimos tomates cherry, patatas gajo, salchichas y espárragos. Leí por ahí que también se puede usar zanahorias, apio, y cualquier verdura alargada, pero nosotros no lo vimos claro y fuimos a lo seguro.

Cuando nos dimos por vencidos y asumimos que nos estábamos intentando comer el hierro, porque queso ya no quedaba, Edu suelta un «ahora lo lavamos, le ponemos chocolate, y seguimos«. Lo miré para ver si lo estaba diciendo en serio o no, y vi en sus ojos lo que ya había intuido: con el chocolate no se juega. Y resulta que teníamos todo lo necesario (salvo fresas y plátanos, que nos los habíamos terminado el día anterior) para seguir dando rienda suelta a nuestra gula. Lavamos el cacharro, metimos dentro nata y chocolate de postre Nestlé cuando estuvo caliente, y a seguir pinchando.

El siguiente paso, of course, fue un pedazo de siesta que nos pegamos los cinco. No podíamos con nuestras almas. Aún así, tuvimos fuerza para salir uno al pádel y la otra al running, ¡que no se diga!
El domingo me levanté inspirada por el atracón, y me volví a poner manos a la obra. Porque llevaba tiempo queriendo hacer Havannets, pero lo iba dejando, y dejando y dejando… Hasta que el viernes Romi trajo alfajores caseros al gimnasio y me dije «este finde hago las tapitas y me lanzo«. Romi me había pasado los ingredientes, pero no toda la receta, y como ya tenía una medio vista, aproveché que el domingo Edu se bajó a jugar al pádel para darle una sorpresa (la sorpresa me la llevé yo cuando vi que necesité mil horas para hacer los Havannets…).
Voy a poner en pausa la odisea de los Havannets para subir la fotito de otro plato que nos mandamos el finde: saquitos de verduritas asadas (de Buitoni, esto no lo hice yo) con salsa de parmesano y espárragos.

Esto es sencillísimo de hacer. Cuando la pasta está cocida, la retirás sin tirar el agua. Hervís ahí los espárragos y los apartás también. En la misma cacerola (soy fan de la cocina que no ensucia mucho, jajaja), salteás con un chorrititín de aceite dos dientes de ajos picaditos, echás un chorro de nata, emental rallado y parmesano. Metés los espárragos que herviste antes y la pasta para darle un calentón final todo junto. Y listo, a la mesa.
Ahora sí, estamos en condiciones de volver con los Havannets.
La receta que usé fue una adaptación de esta. Digo adaptación porque hice la mitad de las cantidades que decían (para un primer MVP, más que suficiente) y porque como no tenía harina leudante, le puse harina normal, un poco de levadura química y una pizca de bicarbonato. Así que, para las tapitas usé estos ingredientes:

- 75 gramos de mantequilla
- 125 gramos de azúcar blanco
- 2 huevos
- 1/2 cucharadita de esencia de vainilla
- 250 gramos de almidón de maíz (Maizena)
- 100 gramos de harina
- 1 cucharadita de levadura química
- 1 pizca de bicarbonato
La preparación es muy sencilla: se bate la mantequilla a temperatura ambiente con el azúcar (tip: tapar el bowl donde se prepara si no querés que se te llene la cocina de azúcar, cof, cof). Cuando se te forme una pasta blanquecina, agregás de a uno los huevos. Echás la esencia de vainilla y batís un poco más para incorporar bien todo. Colocás la mezcla en tu báscula súper cuqui y tamizás los ingredientes secos. Con la cuchara de madera lo unís todo (te vas a tener que ayudar de las manos al final), y listo. A la nevera un rato para que la mantequilla no se derrita y poder trabajarla mejor.

Después de dejar que la cosa repose en la nevera mientras recogés la cocina, precalentás el horno a 180 grados y te ponés a estirar la masa y cortar las tapitas. Yo, que soy muy artesanal (vale, muy improvisadora a fuerza de no tener cosas de repostería, jajaja), usé dos lápices para darle el mismo grosor a cada tapita y la tapa de un bote de especias como cortapastas. Las tapitas las acomodé sobre papel de horno, y al calorcito durante 8-10 minutos (que es lo que indicaba la receta. Yo, con mi porcojonería de que esté todo muy hecho, lo dejé más tiempo y me quedaron durísimas. ¡Hay que respetar los tiempos de cocción! Ya lo sé para las siguientes. También aprendí que las tapitas crecen en el horno, así que hay que dejarles espacio vital).


Ya por la noche me puse a armar los Havannets en sí. De eso no hay ni una sola foto porque el proceso parecía que iba a fracasar estrepitosamente, y no es que no quisiera compartir mis fallos con ustedes, sino que me daba muchísima rabia haberme tirado todo el día empantanada con esta porquería para arruinarlo en el último paso. Pero bueno, voy por partes.
Agarré el casi kilo (980 gramos; ojo, no lo usé todo) de dulce de leche repostero Chimbote que habíamos comprado hace tiempo y me le puse una buena cantidad a cada tapita, haciendo como una forma de cono. Bueno, intentando hacer una forma de cono. O de montañita. O de darle algo de relieve… Bueno, le puse dulce de leche como buenamente pude. Previamente, ya había preparado el chocolate de postre Nestlé, fundido con un poco de nata para tener más cantidad, en una taza, en el que fui metiendo, boca abajo, cada tapita+dulce… Para descubrir que el chocolate caliente medio deshacía el dulce de leche y que no se pegaba ni a tiros. No sé si es que me pasé con el calor, con la nata o me faltó chocolate negro, pero eso no marchaba bien. Y, claro, ahí es cuando me olvidé de documentar gráficamente el proceso.

Soltando improperios, seguí echando dulce de leche sobre las tapas, metiendo en chocolate, quitándome esa sustancia negruzca viscosa de los dedos y poniendo en platitos que metía en la nevera, con la esperanza de que el frío tuviera más éxito que yo en la preparación de los Havannets.
Según el chocolate se iba enfriando, la cosa se tornaba más fácil, pero aún así no me terminaba de convencer. Más que Havannets, parecían las caquitas del Whatsapp (sí, lo digo yo, antes de que lo diga alguno de ustedes). Y cuando iba ya cogiendo ritmo, se me empieza a acabar el chocolate. Así que me limité a cubrir algunas tapitas, sin dulce, y las usaré para hacer alfajores, con el resto de los 980 g de Chimbote. O mermelada. O algo. O comerlas así sin más, porque más que tapitas de alfajores son como galletas bañadas en chocolate.
Digamos que esta primera tanda, este MVP, fue un poco desastroso. Las tapitas quedaron muy altas y duras, el chocolate no se pegaba bien al dulce de leche, más que un volcán aquello tenía forma de desecho intestinal… No, esta primera tanda no quedó bien, pero esta mañana abrí la nevera y los gnomos domésticos habían hecho magia: habían convertido mis caquitas en AlgoQuePodríaTalVezLlegarAParecerUnHavannet. Y, lo mejor, ¡están muy buenos! Así que, hay que repetirlos, rectificando un poco recetas, cantidades y procedimientos.
