Nos tocó una Semana Santa preciosa para disfrutar en el campo, y al monte que nos echamos el sábado. Esta vez nos apetecía algo sencillo, sin nieve que nos empapara las ropas ni nos hundiera hasta las rodillas, así que la cosa estaba más o menos clara: La Pedriza. Es una zona que no controlo mucho, pero con Wikiloc y los fantásticos K2delasKumbres, impossible is nothing. Buscamos una ruta sencilla y nos decantamos por la que sube a El Yelmo desde El Tranco.
Esta vez, no madrugamos mucho (se nos está convirtiendo en costumbre, jajaja), pero encontramos lugar donde tirar el coche relativamente cerca (bueno, como a 1 km del inicio de la ruta…). El sol apretaba ya desde el comienzo, así que la ropa empezó a sobrar casi desde el primer paso.
La ruta se supone que no es difícil, pero o nosotros estamos muy viejunos, o la astenia (y alergia, buuuuh) primaveral nos está haciendo mella, o el no parar ni un día de darle guerra a nuestras piernas nos pasó factura, pero estábamos desfallecidos (yo más que Edu, todo sea dicho) ya antes de llegar a la Gran Cañada.
Aún así, seguimos subiendo, acompañados por las jaras y los piornos en su oloroso despertar y las intrincadas formas de La Pedriza invitándonos a dejar volar nuestra imaginación para encontrar caras o animales en sus piedras. Y vías de escalada, que ya ahora se me van los ojos a las chapitas como si fueran de oro macizo.
Vamos ganando altura (700 metros de desnivel en 3 y pico kilómetros de camino) y ganando en vistas.

Y ahora sí, por fin, nos plantamos ante el impresionante dolmo de El Yelmo. Dice Wikipedia que se calcula que se podría tallar el Monasterio de El Escorial a tamaño real dentro del bicharraco este. Para que se hagan una idea del pedazo de piedra que tenemos delante.

Al este de El Yelmo, el Rompeolas. Mis primeras vías fuera del curso de escalada fueron ahí, con Julien, Emilio y demás troupe de las rocas con las que espero volver a salir en breve.

Antes de seguir marcha, hacemos una parada para comer, que son pasadas las 13:00 y el cuerpo exige carburante. Mientras yo me repatingo al sol, Edu prepara los bocadillos.

Y con el primer mordisco, ¡aparecen las cabras! Primero una, apenas una mancha marrón moviéndose en la periferia de nuestra visión. Detrás, otra. Y otra, y otra, ¡y otras! Un rebaño completo, con sus bebitos y todo, se dejaron ver al fin. Ya teníamos la lista completa de especies emblemáticas en nuestras retinas: lagartijas, buitres leonados y cabras montesas.

Y después de la emoción carnera, nos relajamos en la mullida y suave pradera.

Pero la cosa no había terminado y aún había mucho por ver.


Subimos por el este de El Rompeolas para intentar ganar la cima de El Yelmo. Entre rocas, roquitas y rocotas, vamos subiendo hasta la base de la chimenea que da acceso a la cumbre. Yo iba ya insegura y cansada, así que, ni me lo planteé, pero Edu se lo pensó un poco.

Finalmente, decidimos dejar la subida hasta el vértice geodésico para otro día, que sabíamos que la bajadita que nos tocaba hasta el coche iba a ser una pequeña paliza para las rodillas y aún quedaba fin de semana por delante.
Pero volveremos, y te coronaremos, Yelmo.
Mientras tanto, pasamos un día muy agradable en el campo, aireándonos (y quemándonos brazos, hombros y caras como si no hubiera mañana; aún esto roja), viendo bichos, paisajes y contruyendo felicidad.