¡Que llamen a los bomberos!

Vos imaginate llegar a tu casa un jueves a las once de la noche, deseando meter el coche en el garaje para terminar tu larga jornada de trabajo, y encontrarte con un patrullero y dos camiones de bomberos en la puerta.

Eso es lo que le pasó a más de uno de mis vecinos la semana pasada. Les cuento.

Resulta que yo ese día había decidido escaquearme del gym. Tenía ganas de ir para casa, estar tranquilamente con las gatas, prepararme una rica cena y vegetar un poco.

Sobre las nueve y algo, cuando recién había metido la cena en el horno, me llama Javi para pedirme que me acerque a su casa a quitarle la comida a las gatas, que le habían adelantado la operación de Nata y tenía que cumplir las 12 horas de ayuno. Así que, mientras hablaba con él, agarré sus llaves, abrí la puerta de casa y con las llaves en la mano, cerré la puerta. Con SUS llaves en la mano. Las mías se habían quedado puestas por dentro. Lo peor fue que según cerré la puerta, me di cuenta que había metido la pata.

Fui a su casa, le escondí la comida a las gatas y agarré la copia de mis llaves que tiene él.
Plan A: Tenía pocas esperanzas, pero había que intentarlo. Efectivamente, con las puertas de seguridad estas, tener las llaves era como si nada.

Plan B: Me bajo a la garita del guarda de seguridad y le pregunto por el teléfono de un cerrajero. No tenía. Así que, si conocés un cerrajero de confianza, dame el número que lo pongo en la puerta de la urba.

Plan C: Escribo en uno de los grupos de Whatsapp que tenemos con la gente de pádel de la urba si había algún McGiver. Y sí, lo había. Mis vecinos de abajo tienen práctica con la radiografía, así que se subieron a intentarlo. Media hora después, con la radiografía abollada y la puerta inmutable, lo dejamos por imposible. Cuando comenté que me iba a quedar sin cena porque se estaría quemando, mis vecinos me dijeron que si había un horno encendido de por medio, había que avisar a los bomberos. Así que,

Plan D: 112. El 112 me manda un patrullero de la policía local que intenta lo mismo que mis vecinos: radiografía, desesperación, imposibilidad y recomendación de plan E: cerrajero o bomberos. Yo no tenía problema con llamar a un cerrajero, es lo que iba a hacer al principio, antes de que me dijeran que había que avisar a los bomberos. Y cuando me dijeron que los bomberos podían romperme la puerta para entrar, el cerrajero se presentaba como la mejor opción. Así que, cerrajero sea.

Plan E: Con el móvil al 4% de batería y la policía en la puerta de casa, me decido a llamar a un cerrajero. O sea, a buscar algún número en internet e implorarle a Samsung que no me dejara tirada. Pero los bomberos habían sido más rápidos y así se lo hicieron saber a la poli por la radio: ya estaban abajo. Y acá es cuando yo me empiezo a poner nerviosa de verdad, porque habían venido ¡dos camiones! Y como 10 bomberos. ¿Pero esto qué es? Y, lo peor, ¿si luego de tanto despliegue, el timer del horno había saltado y ya no había peligro? Madre mía, qué jaleo.
Acá la trama se divide en tres opciones bomberísticas:
Plan E1.1: Un par de bomberos se quedan en la puerta de casa intentándolo con la radiografía.
Plan E1.2: Si la radiografía fallaba, intentarlo con la llave de repuesto y una lima.
Plan E2: Extender la escalera del camión y entrar por el balcón.

Yo me bajé con el jefe de bomberos a mostrarle cuál era mi balcón y empiezan las maniobras de acercamiento. Y pasa lo que relataba al principio: vecinos que querían entrar al garaje que se encuentran un camión de bomberos impidiendo el acceso (lo habían metido de culo en la bajada del garaje para extender la escalera), otros vecinos acercándose a preguntarme si se me estaba quemando la casa, el guarda de seguridad de la urba mirándome como diciéndome “jamía, ¿de verdad tenías que montar esto?”, los vecinos del grupo de Whatsapp preguntando si habían logrado entrar, las luces de las casas de los vecinos que daban al garaje encendiéndose, cortinas que se abrían, persianas que se levantaban (o sea, media urba pendiente) y yo que lo único que quería era que la tierra me tragara en ese mismo instante. De verdad, tómense un momento para imaginarse la situación. ¡No se rían!, era algo tan absurdamente exagerado, que tenía hasta ganas de llorar. Y así se lo hice saber a Javi, que justo esa noche había bajado en su motito a Torrelodones a cenar con un amigo y que venía, cuesta arriba, a toda velocidad (unos impactantes 40 km/h, que la pobre no daba para más) para acompañarme.

Y, de repente, ¡aleluya! Al jefe de bomberos le avisan por radio que habían abierto. Bueno, bueno, bueno, no se imaginan el momento. Mis llaves de repuesto las tenía el jefe, y yo no sabía si ir corriendo para su lado, para arriba, saltar de felicidad, decirles que tuvieran cuidado de que no se escaparan las gatas, preguntar si habían apagado el horno, si habían abierto los bomberos o la policía, si habían usado la radiografía o si me habían reventado la puerta, si … En fin, no sabía ni qué hacer. Tanto es así, que el jefe de bomberos me dijo “sí, venga, vamos para arriba”, me dio mis llaves y no podía ni abrir la puerta de la urba. ¡Me temblaban las manos!

Escoltada por policía y bomberos, subo a casa y me encuentro ¡¡¡la puerta abierta!!! Ay, qué poco valoramos las puertas abiertas cuando nos acostumbramos a ellas. En la puerta, un par de bomberos jovencitos. Uno de ellos me dice “no te preocupes, la cena no estaba quemada. Es más, estaba muy rica”. Así que, medio descojonándome, entro en casa (sin siquiera avergonzarme por el estado de limpieza de la misma. La casa se limpia los fines de semana y se ensucia los días de semana. Esto era un jueves por la noche. No hace falta que explique más, ¿no?) y entran también los dos polis y el jefe de bomberos. Me toman los datos y vuelta a la normalidad.

Pasillo de bomberos para entrar en casa
Ya solo faltaba que me aplaudieran según subía a casa. «Bravo, Lucía, ¡bravo!», «una brillante idea la de dejarte las llaves puestas» y cosas así resonaban en mi cabeza.

Por supuesto, esa noche no cené. Eran cerca de las doce de la noche y tenía los nervios un poco exaltados, así que, el quiché de queso y pavo nos lo comimos el viernes al mediodía. Que, por cierto, estaba muy bueno.