Es domingo. 5 de junio de 2011. Día Mundial del Medio Ambiente. Fuera hace un solazo buenísimo, pero está fresco, ideal para pasear.
Pero yo no paseo. Bueno, no paseo por fuera, porque por dentro estoy paseando por los últimos 6 años de mi vida.
Empiezo en Huelva, donde yo era la única que no estudiaba. Me acerqué a la UNED, hice el curso de acceso para mayores de 25 años, con la idea de estudiar filología inglesa. A medio camino, cambié la matrícula (sería una constante en mi vida universitaria lo de hacer cambios en la matrícula) para hacer matemáticas. Cuando ya casi terminaba el curso, Beatriz nos comentó que ella iba a estudiar ambientales. Miré el plan de estudios y me gustó, así que, en el año 2005, ya en Madrid, me matriculé de todo primero y de dos asignaturas de segundo (3 anuales y 6 cuatrimestrales… Jajaja, estaba loca). Quería acabar la carrera en 4 años, pero reaccioné a tiempo y me desmatriculé de las de segundo. Y así, por casualidad, descubrí que los cursos virtuales de las asignaturas que al final no había cogido seguían abiertos, permitiéndome conocer, de primera mano, cómo funcionaba la asignatura. Desde entonces, todos los años me matriculé de asignaturas que pensaba hacer al curso siguiente y desmatricularme una vez abiertos los foros.
Ese año la cagué con física (¡la aprobé este año!) y con química. La química me gustaba tanto que tuve un exceso de confianza. La aprobé al curso siguiente, estando en Málaga.
El primer año en la UNED es jodido. Uno se siente perdido y solo, muy solo. Por eso, ese primer año me dediqué a inundar foros buscando gente de Madrid. Y había. Conocí a Miriam, Estefanía, Berta, Israel, Silvia (ninguno sigue), Sandra (a quien tenemos viviendo en Cantabria ahora), a Santás, a nuestra profe Charo…
Pero después me fui a Málaga, donde conocí a María y a Juanmi, y pude comprobar que estudiar en Madrid (¡en Las Rozas!) era muy diferente a estudiar en Málaga. Recuerdo las prácticas de ecología, en la desembocadura del Guadalhorce y haciendo parcelas para evaluar la diversidad y riqueza de especies en los montes cercanos.
Al año siguiente, vuelta a Madrid. Vuelta a no conocer a casi nadie. Vuelta a no resignarme a esperar a los exámenes para dar un salto al ver a alguien con un libro con lomo celeste que lo identificara como estudiante de ambientales y no decirle nada por pura timidez. De ahí nació el grupo de Google, que luego se transformaría en la asociación. De no querer estudiar sola. Y mirá donde llegamos ahora…
Ese año lo tengo un poco borroso. Creo que fue el año del mítico mail de la profesora de economía de segundo a Carmen. Había sacado un 4.75, llamado para preguntar en qué había fallado, escuchado un «es lo que hay» y colgado. Cinco minutos después, contándole a Carmen mis penas, me dice «me acaba de escribir Esther. Dice textualmente ‘dile a tu amiga que hablé su caso con el catedrático y está aprobada'». Aún así, sé que no fue un buen año. Llegué a septiembre cansada, desanimada, furiosa conmigo misma por no lograr mi objetivo: ser la mejor, y serlo antes que los demás. Estaba decidida: iba a dejar la carrera. Habían pasado tres años y no llevaba ni la mitad de los créditos aprobados. A pesar de haber logrado mi primer matrícula de honor (técnicas instrumentales en química. Gran asignatura y mejor profesor. Le tengo un cariño inmenso a José María Gavira). Física de primero se me seguía atragantando. Aquello era imposible, así que, a tomar por culo todo.
Por suerte mi cabezonería pudo más que mi inconstancia. Y como soy o todo o nada, me matriculé de 11 asignaturas. Eran asignaturas que me ilusionaban (al menos, el nombre. No todas terminaron siendo lo que esperaba). Muchas optativas, meteorología, diversidad (por ir avanzando algo también)… Las saqué todas. Bueno, excepto una optativa. En un año había aprobado casi tantas como en los dos anteriores. En diversidad, la asignatura más temible de tercero, había sacado un ocho y pico en el primer cuatrimestre (botánica). Muy bestia. No me lo creía. El profesor, Francisco Ortega (otro grande del que me siento muy orgullosa de haber sido alumna) me dijo «con esa nota, a por el sobresaliente en el segundo cuatrimestre». Y lo recuerdo como si fuera hoy. Tomy, Eva, Rubén y yo estudiando en la biblioteca central. Era el día antes del examen de zoología. Sabéis que no me pongo nerviosa antes de los exámenes, pero ese día, sentada con Tomy delante de mis apuntes, me puse a llorar. No iba a lograrlo. Iba a cagarla. Iba a defraudarlo a él, al profesor, a mí… Me pudo la presión. Y, por supuesto, hice un pésimo examen. No suspendí, pero me quedó una media de siete y pico…
Ese fue el año cuando empezó la asociación, cuando conocí a la entonces vicedecana de ciencias ambientales, la muy admirada y muy querida Rosa, fue el año de mi segunda matrícula de honor. Fue, yo creo el mejor año de la carrera. Tuve una media bastante alta, ocho y algo, con la cantidad de asignaturas que llevaba.
El año pasado ya iba por inercia. Saqué casi todas, me seguí chocando con las físicas, pero estaba más centrada en la asociación que en otra cosa.
Este año sucedió el milagro. Me matriculé de las últimas que me quedaban, las medio estudié (comprobando que me cunde ya bastante la lectura inicial, porque poco más hice en alguna), salté de emoción al ver mi redondo 10 en organización y gestión de proyectos y casi me da un infarto al ver el 7.5 en física de primero… Fue un momento glorioso. Estaba en casa, dándole al F5 por pura rutina. Era tarde, ya, serían las ocho o así. Hablaba por teléfono con Tomy. Y en una de esas, veo la nota… Me quedé de piedra. ¡Había aprobado física! En ese momento, entendí que el sueño de Carmen (tiempo atrás había soñado que estaba en Las Rozas, llorando en un banco, esperando que saliera de mi último examen) estaba cerca de hacerse realidad.
Este cuatrimestre, una vez más, me dediqué más a la asociación, a mi curro (el remunerado y el no) y a la representación de alumnos que a estudiar. Aún así, creo que los tres exámenes que hice la semana pasada están para aprobar.
Y eso me lleva a hoy. Domingo, 5 de junio de 2011, Día Mundial del Medio Ambiente y día previo a mi (tal vez) último examen. Y aunque «me llena de orgullo y satisfacción» haber llegado a este momento, también me llena de pena. Porque ya no voy a experimentar esa emoción que me embarga cuando abro por primera vez el libro de una asignatura nueva (muchas veces hacía esto aún antes de acabar el cuatrimestre), ya no voy a sentarme ante un examen (el momento de revancha máxima del estudiante), ya no voy a flipar en todos los colores al ver una nota inesperada, ya no voy a tener oportunidad de debatir con mis compañeros y profesores, ya no podré sacar más matrículas de honor… Ay, ¡qué pena acabar la carrera!