Corría el año… Hmmmmm… El año… 2002, aprox. Cris y yo estábamos recién llegados de la concurridísima Ibiza veraniega y desierta Eivissa invernal, habíamos al fin convencido a la dueña del piso de Guadarrama de que éramos buena gente (a pesar de ser argentinos), yo ya estaría trabajando, digo yo, en la agencia de publicidad y, a saber a cuento de qué, se me dio por querer retomar las clases de danzas escocesas.
Lo más parecido que sonaba a escocés en la sierra madrileña era una gaita. Gaita gallega, del Centro Galego, pero bueno, me valía. Así que me acerqué a ver qué era eso de un grupo de gaiteros. Había visto, en mi vida, unas cinco gaitas, cuando íbamos al colegio ese de Monte Grande a bailar, con nuestros kilts y nuestros birretes, pero me dije «si esta gente toca, yo también». Además, no conocía a nadie y era una buena oportunidad para hacer amigos.
Con lo mala que es mi memoria, me acuerdo como si fuera ahora el momento en que conocía Juanlu. Inmediatamente fue «mi hermanito». Aunque al principio, lo vi llegar con tanto aplomo, con su gaita metida en el maletín y paso tan decidido, que pensé que era el profe! Pero no, el profe (¡qué profe!), y el resto de la banda, irían llegando más tarde. Juanlu iba temprano. Ya de chico era un enamorado de la música. Me contaba que se iba a ir a no sé donde a hacer la carrera.
Pero bueno, no me desvío. Estábamos en ese primer domingo. Yo iba a escuchar, obviamente, porque no tenía gaita, y quedé maravillada. Las gaitas, los tambores, las panderetas… Era un lugar cerrado y el sonido retumbaba en las paredes, en el techo, en el suelo, en las manos y corazones de quienes ahí estábamos.
Era un buen grupo de gente. Variado. Niños, niñas, gente más grande, madrileños, gallegos, de todas partes. Y acogieron a esta argentina como a una más. Al poco tiempo bautizamos a la banda: O son do ar.
Me empecé a aprender las partituras (yo no sabía ni lo que era una clave de sol, más o menos, jajajajaa, y aprendí a leerlas como leo estas palabras). Las tocaba con la flauta. Ellos también practicaban con la flauta. Pero cuando cogían la gaita, a mí me tocaba sentarme a disfrutar. Y no solo del sonido y del ambiente, sino del virtuosismo de Elías. Le dabas una gaita, una flauta dulce, una travesera, un whistle de esos… Era un criín, unos 14 años, pero movía los dedos con una precisión y soltura dignas de verse.
Al poco, me hice el traje (¡quiero fotos!!!!!!), me compré los pendientes que aún uso, me cosí la camisa (me sentía como los niños cuyos padres no tenían tiempo de hacerles el disfraz para el colegio. Los puntos lo mejor que podía, pero faltaba mano femenina ahí, jajajaja), me ayudaron con la falda y el delantal, y nos fuimos para Valladolid. Porque competían a nivel nacional y viajaban todos los veranos a distintos puntos a tocar. Yo, «la pendona». Como todavía no sabía tocar (a decir verdad, nunca aprendí), me dijeron de llevar el pendón, y el cachondeíto fue instantáneo (N.del T.: pendón vendría siendo algo así como putón. Y cachondeíto es como joda).

Yo no me separaba de Juanlu. Elías tampoco se separaba de él, así que era muy habitual vernos a los tres juntos. Con Ramón (¡ahora compañero de geografía en la UNED!) y Juanlu quedamos alguna vez a tocar en Alpedrete.
Creo que fue en Viana do Castelo (me invento el nombre… No me puedo acordar de todo), Juanlu me dijo si quería tocar su gaita. Jajajajajajajajajajajajajajajajaaja, fue un momento indescriptible. Me explico. Él llevaba tiempo tocando. Yo solo, con la flauta. No sabía casi ni por donde soplar. ¿Hinchar la bolsa, apretar y mover los dedos a la vez? ¿Estamos todos locos o qué? Pero era facilísimo. Ya los había visto tantas veces a ellos, que me sentí capaz. Era roja la gaita. La madera era clara. Los flecos, amarillos. Inflo. Soplo con más fuerza, porque no se inflaba ni de coña. Logro hinchar la bolsa (nunca me aprendí los nombres de las partes de la gaita, sorry). Ppppiiiiuuuuuuuuuu, hizo la gaita. Yo estaba más colorada que la gaita y éstos, muertos de risa. Reí yo también, claro, ¡era patético!
El siguiente viaje fue a Galicia. Y fue mi momento. Creo que Arturo Trigo me acompañó al luthier. ¡Iba a tener mi gaita! Afinada en Do, marcial gallega, negra, con madera de boj (no, no era de boj… ¿De qué era?). Esperé a que me la hicieran y cuando al fin la tuve en casa, me dirigí toda orgullosa al centro gallego. No había ni dios que tocara aquello. Estaba duríiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiima. Ni Juanlu ni Elías podían con ella. Debo reconocer que me desanimé pronto. No lo intente con ahínco, así que dejé la banda, cuando necesité pasta unos años después, vendí la gaita, y ya solo tengo el libro de partituras y un montón de recuerdos.
Bueno, y la satisfacción de haberlos visto, hace no mucho, con su propia banda de música Zamburiel. Fue mágico. Tengo la firme intención de volver a verlos.
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Por cierto, buscando una foto para este post, encontré esta web con un montón de ellas. Son posteriores a mi paso por la banda: http://www.myspace.com/bandadegaitasdevillalba
Ah, y otro «por cierto» más. Una de las primeras canciones que aprendí a tocar con la gaita fue el himno español, como cuento en este otro post: Canciones.